viernes, 10 de octubre de 2008

Besos y más besos: Antonia Rodenas y Else Holmehund Minarik



Cuando era niño odiaba los besos. Eso de que te hiciesen carantoñas como si fueses una pepona no estaba hecho para mí. Además, si tu ración de besos se limitaba a cuatro viejas cansinas que eran capaces de besar hasta a un mono, pues mejor no recibir muchos besos de manera tan gratuita. Lo peor es que no podías decirlo, si no, había que agarrarse a los machos para no salir volando de algún bofetón. Es lo que tienen los niños: han de parecer contentos, si no, malo… Menos mal que cuando llegas a la adolescencia, los besos son de otro tipo: mucho más jugosos, delicados y ardientes. No te saben a momia rancia, sino a menta fresca y canela. Besos, besos y más besos, hasta que uno le va encontrando el gusto. Aún así, besos hay de muchas clases… Los hay largos, también cortos, tenemos los besos tímidos y los más efusivos. Los hay con lengua y sin ella. Los hay cálidos y fríos, con sabor a fresa y a cenicero (estos últimos deberían estar prohibidos). Encontramos besos furtivos, también sinceros y, muchas veces, besos hipócritas. Los podemos clasificar en alegres, asépticos o tristes; besos para saludar o también para despedir. En fin: besos, muchos besos.


Y hablando de besos, hoy recomiendo dos títulos, uno clásico y otro más novedoso, separados entre sí veinte años. Primero, el relativamente nuevo… Un puñado de besos, de Antonia Rodenas y con ilustraciones de Carme Solé Vendrell, cuenta los acontecimientos diarios de un colegio y del poder reparador que tienen los besos. De cómo César nota un calorcito suave en su cara y deja de llorar. También nos cuenta de los besos de Alicia, Alfredo y Nicolás. Pero los mejores de todos son los de Kati, ¿sabes por qué? Léelo y lo sabrás…


La segunda propuesta cariñosa de hoy es Un beso para osito, de Else Holmehund Minarik con ilustraciones de Maurice Sendak. Me gusta este librito porque hace tiempo ideé con sus besos un juego de presentación, que explico a continuación: reunía en un corro a los alumnos (sean de la edad que sean) y leía el libro (léalo, por favor). Tras la lectura les decía que tenía un beso guardado en mis labios, un beso bonito, caluroso, como un día de verano, y que este beso buscaba a la persona que estaba sentada a mi derecha, pero que el camino que únicamente podía seguir este beso era el de la izquierda, así que: Soy Román y tengo un beso para Charo, ¡Muak! Beso al canto… Soy Beatriz, Román me ha dado un beso para Charo ¡Muak! Otro beso hacia la izquierda… Soy Pedro, Beatriz me ha dado un beso que le ha dado Román para Charo ¡Muak!... Soy Alejandro, y Pedro me ha dado un beso que Beatriz le ha dado porque Román se lo envía a Charo ¡Muak!... Así, beso tras beso, nombre tras nombre y risa tras risa, nos conocíamos todos.Así que, bese, es una suerte poder hacerlo (y que le dejen…).

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