lunes, 22 de febrero de 2016

Bologna Ragazzi Award o el contexto en los premios literarios


Cuando se hacen públicos los títulos que han ganado los Premios Bologna Ragazzi, unos se alegran (¡Estaba más que claro que este libro iba a ser un bombazo!) y otros se lamentan (¡Vaya bodrío! ¡Qué tongo! Otro premio más al que no hay que enviar ejemplares...), yo recomiendo refranes y dichos populares (“Nunca llueve a gusto de todos”, “Quien no tiene padrino no se casa”, “Al que buen árbol se arrima buena sombra le cobija” y “Mal de muchos, consuelo de tontos”, nos vienen al pelo cuando hablamos de premios literarios) y sigo metiendo el morro en otras cosas.


Aunque podemos estar en acuerdo o desacuerdo con el veredicto de los diferentes jurados que votan por este u otro libro (N.B.: No sé que hacen ciertos libros entre los ganadores... Demasiada filigrana, mucha ornamentación... El barroco en los libros...), pero lo cierto es que nosotros, como público, debemos de tener en cuenta para qué se han creado estos certámenes, qué fin persiguen, porque como deducirán, no es lo mismo optar a la Medalla Caldecott que al Bologna Ragazzi, que los White Ravens no tienen mucho que ver con los premios de la Fundación Cuatrogatos, y que, mientras unos premios reconocen la labor editorial, otros prestan atención a la calidad de la ilustración. Es decir, cada premio tiene ciertos intereses, se orienta a un tipo de receptor y se desarrolla en un contexto determinado.



Por ello, para entender los Bologna Ragazzi hay que fijarse primero en una serie de cuestiones como que el jurado siempre está compuesto por adultos (si fueran concedidos por el público infantil otro gallo les cantaría a muchos libros ganadores... comercialmente hablando, claro), que el componente artístico de las obras que entran a concurso tiene suma importancia, que transgredan las corrientes clásicas de la LIJ (no es obligatorio, pero sí tiene su aquel tener un cierto tinte a independencia), y que aporten una visión global de qué tendencias priman en los libros para niños del momento (es una cuestión de modas y en absoluto sintética). Esto tiene como resultado un abanico de títulos que pueden considerarse como el termómetro del álbum ilustrado de vanguardia.





Todo esto, aunque por un lado me parece bien (no hay que dispersarse y tener claro qué persigue este certamen), no termino de encontrarle el sentido... Es extraño que en una feria en la que las grandes casas editoriales de todo el mundo se dedican a hacer el agosto (hasta que uno no está allí, no sabe la cantidad de dinero que mueve la literatura para niños), se concedan premios a libros editados por editoras más modestas y minoritarias, algo que suena a mera disculpa y denota cierta condescendencia. Puede que sea un lavado de cara (la mujer del césar no sólo tiene que ser honrada, sino también parecerlo) o puede ser que la organización de este multitudinario encuentro haya acordado que aquí todo cabe (cuando hay billetes de por medio es mejor quedar bien con todos y seguir llenando las carteras), pero lo que está claro es que en estos premios siempre hay una mirada diferente que da visibilidad a trabajos que comercialmente pasarían desapercibidos.



Así que, sin más que hablar, les dejo con los premiados (entre los que contamos españoles... ¡Hip, hip, hurra!) y den buena cuenta de que los premios, premios son y que, como diría Umberto Eco, “hay libros que son para el público, y libros que hacen su propio público”.

2 comentarios:

José Morán dijo...

Gracias por la entrada. ¿Vas a Bolonia? Yo sí.

Román Belmonte dijo...

No, este año no... Ea, hay que trabajar. ¡Un saludo!