miércoles, 20 de abril de 2016

En defensa del fondo editorial, las re-impresiones y re-catalogaciones


Mientras se va acercando el próximo sábado, día en el que conmemoraremos la (supuesta) muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, se me ha venido a la cabeza un pensamiento bastante relacionado con los libros y el entramado comercial que se erige durante estas fechas con ellos... Así que ¡a desgranarlo!
Por lo general, pensamos que la Biblioteca es la responsable de aupar las lecturas antiguas, los libros clásicos y otros títulos que terminan llenos de polvo, mientras que nosotros nos pirramos por consumir los títulos de última hornada, las novedades que se nos recomiendan por parte de la llamada crítica en revistas especializadas, suplementos culturales, blogs como este, y otro tipo de espacios dedicados a la letra impresa, algo que está muy relacionado con la sociedad de consumo en la que vivimos.




Cuando generalmente abordamos esta relación (Capitalismo vs. Cultura), se encienden mucho los gaznates y surge el eterno debate entre la supervivencia económica y los productos de calidad, que según mi criterio, también está muy relacionado con el contexto social en el que acontezca... y ejemplifico. Cuando viajo a otros lares (generalmente al Reino Unido) y me cuelo en alguna librería, me resulta bastante llamativo ver cómo en la sección de los libro-álbumes co-existen obras muy conocidas y de calidad, con otras de nueva hornada, es decir, existe cierto equilibrio entre el reconocimiento de la calidad y excelencia del producto cultural (prueba de que las re-ediciones no se agotan) y las oportunidades comerciales que se le brindan a nuevos artefactos literarios que pueden llegar a ser igualmente válidos, y que apunto como paradójico teniendo en cuenta que ha sido la cultura anglosajona y occidental la que más a apostado por el “fast-book”.




Por contra -y haciendo referencia al género del álbum ilustrado-, en el mercado español nos encontramos con algo diametralmente opuesto. Por un lado, las librerías y las grandes distribuidoras prefieren dar una mayor visibilidad al producto de rápido consumo y las novedades estacionales, así como a promocionar aquellos libros con mayor aceptación entre el publico, que a otras obras más clásicas y de gran calidad (¿Se deberá a la falta de espacio? Es algo a lo que suelen referirse constantemente los libreros...). Y por otro lado, tenemos la escasez de re-impresiones y re-ediciones de obras que han demostrado su validez y vigencia, algo sobre lo que habrá que sopesar las causas, pero que intuyo se debe al inmovilismo de la clientela, la poca potenciación de las comprar privadas y gubernamentales y al estancamiento del mercado del libro español (sólo compramos libros cuatro gatos).




No obstante, he de decir que cada vez observo cómo más editoriales se preocupan por darle su cuota de visibilidad (merecida, por supuesto) a libros que han “funcionado” bien entre el público, en vez de producir más y más títulos nuevos con los que llenar la parcela de las novedades (¿se habrán dado cuenta que la sobre-saturación del mercado -uno modesto como el nuestro- puede tener un efecto negativo sobre las ventas?) y que se puede extraer más rentabilidad de un producto antiguo y extraordinario que de otro novedoso pero más fútil.




Por todo ello y dada la proximidad del 23 de abril, un día con mucho trajín, no sólo de ventas en las librerías, sino en cualquier templo del libro -incluidas las ferias que estos meses llenan plazas y paseos de nuestra geografía- que se vanaglorie de serlo, he creído oportuno darle un soplo de aire fresco a obras que me encantan y que defiendo hasta la extenuación cuando hablo de libros con aquellos que me quieren escuchar.




Sin más, hoy me dedico a mí mismo esta entrada llena de libros que me chiflan pero de los que sólo unos pocos nos acordamos.

3 comentarios:

miriabad dijo...

Me uno a tu dedicatoria. Nunca es suficiente lo que hacemos por recordar los buenos libros.

Sàlvia dijo...

Totalemente de acuerdo. Estamos saturados de novedades, la mayoría poco intresantes, y nos olvidamos de esos libros, 'jóvenes clásicos', que si no es a través de la bibliotecas o librerias de viejo no se pueden encontrar ni conocer.
Reflexionemos: novedades, si, pero sin arrinconar los otros libros (aunque a veces son las propias editoriales los que los sepultan. ¿Por qué?).
Compruebo que compartimos gustos en la LIJ, no me extraña.

Besos lectores

Román Belmonte dijo...

Gracias por vuestros comentarios, pájaras. Quizá deberíamos dejarnos de preguntarnos el porqué y actuar con nuestro bolsillo..., que al final, es lo más efectivo. ¡Abrazos!