lunes, 14 de noviembre de 2016

La cultura de la espera


Es una paradoja que en este mundo raudo y veloz nos pasemos los días esperando. A la novia y sus tacones, en la parada de taxis (¡Aún no te has enterado que es Nochevieja!), en la puerta del colegio (hay que cuidar de la prole...), en la consulta del médico, la caja del supermercado o en la cola del paro (no sé cuál se mueve más lenta...), al jefe egocéntrico o a los compañeros desconsiderados. No sé qué ni a quién, pero el caso es que estamos en el dinamismo más inamovible que se conoce.


A pesar de la realidad, creo que esperamos porque desesperamos. El hombre se ha acostumbrado a Babia, a un mundo de sueños estáticos difícilmente alcanzable, a ese que, por mucho que hagamos, nunca habitaremos, así que, ¿para qué intentarlo? La mejor forma de vivir es como los animales de bellota, panza arriba y rascándose el fandango. Que si el amor de nuestra vida, que si la oportunidad laboral por la que tanto hemos luchado, ese libro publicado, la recuperación del hijo enfermo. Nada ocurre por arte de birlibirloque, pero ¿acaso no hay que perseguir las estrellas fugaces?


En esa espera estaba yo... Vertiginosa, intranquila y, pese a todo, infructuosa... Un momento ¿infructuosa? A veces pienso que si no fuera por esos momentos de calma pausados no tendría tiempo de que estos pensamientos se cruzaran en el espacio y en el tiempo. Son intervalos en el ritmo diario a los que sacar el mayor provecho posible, para estar con uno mismo, para discurrir sólo conmigo. En esos espacios que nos regalan las horas fluye ese yo callado. Y me doy cuenta de que vivo (o que me muero). Y que es hermoso estar respirando.


Por todo ello les traigo Esperando, un álbum ilustrado de Kevin Henkes publicado en castellano por la editorial Juventud, que nos habla de la cultura de la espera (si es que eso existe, que creo que sí), uno en él tienen cabida tanto esperas llenas de expectativas, como esperas menos fructíferas. A pesar de ser un libro muy premiado, a muchos, seguramente, les parecerá un libro tonto, elaborado con un texto pobre y unas ilustraciones ñoñas (la única pega que yo le veo es el papel, yo hubiera utilizado uno mate, más romántico), pero bajo ese contenido tan aparentemente simple, uno empieza a indagar en los detalles de las palabras, de los personajes, y damos con una forma crítica sobre la que, niños y no tan niños, podemos construir un hermoso y complejo discurso sobre el existir y el devenir.

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