miércoles, 7 de diciembre de 2016

Gentrificación y otras cuestiones vecinales




A pesar de que la tontería se adueña de la mayoría de las capitales de provincia (permítanme ser un poco crítico con la ciudad en la que vivo), de unos años a esta parte y debido, probablemente, a la crisis del ladrillo en nuestro país, veo cómo la mentalidad de sus habitantes muta poco a poco. Donde más se observa este cambio es en el tipo de residencia... Poco a poco, los corazones de las ciudades vuelven a adquirir cierta actividad. Mientras que hace una década la gente se pirraba por adquirir viviendas en la periferia (¡Cuánto daño hicieron aquellas urbanizaciones residenciales de adosados con piscina comunitaria rodeados de zonas ajardinadas!), hoy en día muchos empiezan a plantearse la compra o alquiler de pisos céntricos con unos cuantos años a los que, con una reformilla o cuatro retoques, devuelven el esplendor perdido. Quizá el asfalto les provea de alguna que otra desventaja, pero lo cierto es que se gana en movilidad y servicios.


Este fenómeno (no tan nuevo y bastante cíclico, históricamente hablando) que los ingleses bautizaron como “gentrification” (castellanizado como gentrificación) comenzó a materializarse por última vez en las grandes urbes europeas y norteamericanas a mediados y finales del siglo XX. Los madrileños barrios de Chueca o Lavapiés, el Islinton londinense (una zona exquisita que recomiendo visitar), las áreas del Berlín oriental, el antiguo guetto de Varsovia o la Zona Tortona milanesa, han visto cambiar, no sólo su fisionomía, sino a sus habitantes gracias, sobre todo, a comunidades de artistas, minorías religiosas o al colectivo gay.


Seguramente no todo es tan bonito, ya que se sabe que la especulación de las empresas constructoras e inmobiliarias, unido al choque entre distintas clases sociales que pugnan por el control de un mismo territorio, desembocan en muchos conflictos colectivos y dramas personales, pero lo cierto es que son realidades que mantienen vivas a las ciudades aunque les resten identidad (me jode mucho que los centros urbanos de Madrid y Barcelona estén plagados de franquicias...).


Cuando los álbumes Maravillosos vecinos (firmado por Hélène Lasserre y Gilles Bonotaux publicado por Bira Biro) y sus secuelas Con los vecinos y El viaje de los vecinos cayeron en mis manos, no pude evitar pensar en este modelo de re-habitabilidad que ha mejorado, no sólo físicamente, sino cultural y económicamente, muchas zonas deprimidas de nuestras ciudades. Y es que en estos dos álbumes no sólo se habla en este álbum del proceso de cambio, sino de cómo se va alcanzando un equilibro, de la cooperación entre los vecinos y de su sacrificio, de cómo una comunidad bien engrasada es capaz de funcionar como un todo en pro de los intereses individuales. 
Tomando como escenario un bloque de viviendas, los autores nos trasladan a un universo ficticio bastante cercano, aunque disparatado, y con buenas bazas para gustar a pequeños y grandes.
En primer lugar, los tres volúmenes cuentan historias protagonizadas por animales antropomorfos (esto tiene mucho tirón). Monos, pulpos, serpientes, cigüeñas, perros, cerdos, jirafas, canguros... Podemos encontrar todo un zoológico (como la vida misma) en el que utilizando su biología o las preconcepciones que tenemos de ellos, se asocian diferentes comportamientos y situaciones.
En segundo lugar la narración se desarrolla en forma de stop-motion, es decir, el escenario siempre es el mismo (unas veces en el edificio y otras en la nave que construyen) y sólo cambian algunos elementos, lo que produce una sensación espacio-temporal muy curiosa (Nota: Este es un recurso muy utilizado por estos autores en otras de sus obras que tienen mucho que ver con la mutabilidad de los espacios, un tema muy interesante en los contextos históricos).
Por último cabe destacar la utilización de recursos propios del álbum informativo, en el que se nos presenta el interior de la viviendas, de la nave dirigible y los comercios, de tal manera que descubre lo oculto. Si a esto unimos el afán que muchos lectores tenemos por meter las narices donde no nos llaman, establece un juego de vouyerismo muy sugerente.
Esperemos que esta Navidad algunos tomen nota y dejen vivir a los demás...

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